Hay un servidor público que silenciosamente cumple una rutina muy particular. Está siempre alerta, durante 48 horas, para responder a una situación de emergencia. No importa cuándo, dónde ni cómo. Ismael Alejandro Bethouart siempre está.
Es domingo. El silencio prevalece en la ciudad. Ismael Bethouart (44) prepara el mate. Aún falta un largo rato para que abandone el cuartel de bomberos voluntarios. Una rutina que lleva muchos años, aunque este fin de semana ha sido “movidito”. Es el cuartelero y está acostumbrado a jornadas intensas y de sosiego total.
Pero siempre hay que estar. Además de cuartelero los fines de semana, es bombero el resto de la semana. Ingresó hace 9 años y medio luego de postergar varias veces esa aspiración.
“Veía algunos conocidos que eran bomberos”, recuerda Ismael y rememora: “En 1992 trabajaba en un negocio y tenía una patrona que cuando le dije la idea, me dijo que tenía que elegir entre bombero o el trabajo”, hasta que el año 2004 se produjo su ingreso a la Municipalidad. El actual intendente era Director de Servicios y “un día me mandó acá porque le pedían gente”.
“Así fue que entré como cuartelero pero justo comenzó un curso de aspirantes a bomberos y enseguida me anoté e hice el curso. Entonces, aprobado el mismo, soy cuartelero y bombero voluntario. Acá estoy los fines de semana y el resto de la semana soy un bombero más”.
¿Y qué hace el cuartelero? “Es el lugar donde arranca el trabajo del bombero. Se produce un llamado y es cuando más atención hay que prestar. Requiere todos los datos, el lugar, lo que está pasando, para informar a los compañeros a fin de ir armando en camino para actuar lo más rápido posible. Se anotan todos los datos, se llama por radio y se activa la sirena. Si el portón está cerrado, abrirlo y poner el móvil en marcha, así cuando llegan se cambian y salen enseguida”.
Un movimiento que demanda 4 o 5 minutos, tiempo que a veces ante algunos siniestros puede ser mucho, pero para el bombero es rápido. Sólo vasta ver cómo llegan y la forma en que definen la salida.
Hay una particularidad en la tarea de Bethouart. “Soy cuartelero los fines de semana, 48 horas. Ya estoy acostumbrado. Siempre vienen amigos o compañeros bomberos a tomar mates, charlar un rato. La madrugada se hace más largo. A veces un llamado y un toque de sirena moviliza. Claro que es lo que uno no desea, pero sucede”.
El fin de semana que compartimos con Ismael, como hace mucho tiempo no ocurría, fue “movidito”. Hubo un par de salidas, como hacía mucho tiempo no se producía y como siempre el cuartelero firme en su lugar.
“Esto me gusta, estoy contento y feliz. Mi familia me ha apoyado siempre y es muy importante”, afirma y sostiene que “ser bombero hace bien, es algo muy lindo, si bien nos tocan enfrentar cosas feas, pero siempre está la posibilidad de ayudar. Ser bombero es ayudar al prójimo, siempre hay que estar dispuesto para los demás. Es muy gratificante”.
Claro que las imágenes de los momentos tristes están latentes. “Siempre hay. Me han quedado muy marcados el incendio de casa Pehuar y otro en escapes Ilari, por las dimensiones que alcanzaron. Y también te marcan los accidentes”, dice Ismael y al preguntarle qué le diría a un joven con intenciones de ingresar, sostiene: “Si tiene la idea de ser bombero, y tienen vocación, que se acerque al cuartel para informarse. Normalmente se hacen cursos todos los años. Hay que estar decidido”.
Se aproxima el mediodía. Desde el reducto del cuartelero vemos mayor movimiento en la calle Landa. La mañana dominguera adquiere otro matiz. Una señora ingresa y pide comprar un “bomber”, el entretenimiento de azar que permite colaborar con la entidad. El cuartelero satisface el pedido.
Sigue su rutina. Aún faltan muchas horas para dejar el cuartel. Allí sigue, en silencio pero atento al teléfono. En cualquier momento puede sonar. La vocación de servicio no tiene horarios y el bombero tampoco.