Luis Torres, junto con Luján Cornejo, es uno de los porteros con mayor antigüedad en la Escuela Sarmiento. Se jubiló y fue despedido a plena emoción. Comenzó en el Centro Educativo y luego se afianzó en la Sarmiento. Vivió épocas con matices dispares. Compartió hermosos momentos con innumerable cantidad de alumnos y docentes. Está feliz, tranquilo, aunque por ahí extrañe el bullicio y el afecto de los chicos.
Más de una generación lo conoció y lo recuerda con afecto. Son muchos los exalumnos, ya adultos, que lo identifican y saludan en forma permanente. Y hasta hijos de exalumnos compartieron aulas y patios de la escuela Sarmiento, donde Luis Antonio Torres (60) se desempeñó como portero durante casi cuatro décadas.
Mañana dominguera, húmeda y fría. Desde la Plaza Dardo Rocha, Luis contempla el histórico edificio de la escuela Sarmiento. Cuántos momentos, casi todos agradables, se reviven en sus retinas. “Si tuviera que elegir un trabajo, volvería a ser portero”, afirma con su natural sencillez y modestia.
El comienzo en la actividad fue el 18 de octubre de 1978. “Mi mamá trabajaba en la Escuela Sarmiento y yo me anoté para portero. En el Consejo Escolar estaba Denda. Hice una suplencia en el Centro Educativo con Malisa Casas y me fui quedando, a los 8 meses me nombraron”.
Y añade, para sintetizar los años trabajados: “Del Centro Educativo pasé a la Sarmiento. Primero como portero en la Escuela de Adultos 701, que dirigía Nory Scotton. Estuve en Adultos 3 años y luego pasé al turno tarde la Sarmiento, cuando era directora Marta Latini. Después estuvieron Delia Vicente, Elsa Vicario, María Antonia Heffler, Claudia Arrese, Paula Martínez y últimamente Graciela Tejeda”.
¿QUÉ HACÉS LUIS, NO ME CONOCÉS?
No es fácil recordar a tantos alumnos y docentes con los cuales compartió los ámbitos de la escuela. “Conocí cantidad de maestras. Siempre trabajé de tarde, que era espectacular. Si tuviera que volver sería en el turno tarde”, remarca y sonríe cuando muchos exalumnos lo reconocen en la calle o en la Terminal donde trabaja de noche para la empresa Chevallier.
Al respecto, comenta: “La hija de César Peña me dijo hace tiempo: ‘Luis, qué haces, no me conoces más’. Y no me había dado cuenta. Me pasó con muchos, la hija del recordado Grillo Gramicci, por ejemplo, todas alumnas de la escuela Sarmiento. ‘No digan que estoy trabajando’, les decía a modo de cargada, porque ya eran chicas grandes y yo seguía de portero”.
“En mi trabajo en la Terminal siempre veo a muchos que viajan porque están estudiando. Me saludan y muchas veces no me doy cuenta quiénes son”, acota a propósito de los constantes reencuentros con pehuajenses que habitaron las aulas de la Sarmiento.
“Y hay alumnos que pasaron por la escuela que ya mandan sus hijos. Por ejemplo, el panadero de la Espiga de Oro que fue al Centro Educativo cuando yo era portero, ahora el hijo iba a la Sarmiento. Mirá, me sabía decir, yo era medio plaga en el Centro Educativo y ahora tenés a mi hijo acá…”. Y seguramente, que hubo más. Es que 37 años son muchos en la vida de una persona y de una comunidad.
LOS TIEMPOS CAMBIARON
Torres vivió en la escuela épocas muy dispares. Se marcan diferencias muy notorias en cuanto a costumbres y comportamiento. La convivencia era muy diferente en sus primeros años de portero. “Nada que ver con lo de ahora. Los chicos eran muy respetuosos con el portero, con los docentes, con todos. Ahora no, cualquier chico te enfrenta, te contesta. Aparte, saben todas las leyes, se las saben todas,”, afirma entre risas.
Y siempre hubo una sana complicidad del alumno con el portero. “El alumno era compinche con el portero –sostiene- pero era todo distinto. Me acuerdo que Tito Peña, hincha de Boca y yo de River, nos juntábamos los lunes a hablar de fútbol, pero siempre con mucho respeto. Hoy no pasa lo mismo”.
“¡Ah!, y cuando el tiempo de bolitas, algunos te pedían que las guardara para que no las viera la maestra. Y se las guardaba. Se convivía de otra forma. Eran otros tiempos, otros chicos”.
Al comparar aquellos episodios con los que le tocó vivir en sus últimos años de portero, afirma: “Hoy los chicos están “bravos”. No sé por qué. Será porque los padres tienen que trabajar, no sé. Están más solos y la televisión y la computadora influyen mucho, a mi entender”.
DEMASIADO RUIDO
La energía espiritual de la emotiva despedida ofrecida al portero Torres fue tan fuerte como el bullicio de los últimos años. “Yo me quería ir, ahora es mucha bulla y al final del día la cabeza quedaba como un tambor. En el patio se juntaban 400 chicos”.
El bullicio quedó de lado, es apenas un recuerdo. Y una nueva etapa exenta de alteraciones anímicas rige la vida del portero jubilado. “Ahora ésta nueva etapa nada que ver. Estoy muy tranquilo. Seguiré de noche trabajando en la Terminal donde no tengo problemas”.
Su balance de la tarea realizada es clara y regocijante. “Después de 37 años de portero, me siento bien. Estoy contento. Por la gente que trabajé también. En el turno tarde siempre hubo un compañerismo espectacular. Muy feliz con la despedida que me hicieron. Creo que fue el reconocimiento a lo realizado. Si hubiera otra oportunidad, volvería a ser portero”.
Y cuando faltaban pocas horas para que su amado River defina un sueño copero, postergado durante casi 20 años, quizás extrañe un poco las charlas entre “gallinas” y “bosteros” cuando en las aulas latía un clima de convivencia y respeto mutuo, aunque con otro entorno las renueva todos los días en los pasillos de la terminal.
Mira la escuela y se aleja. La vida de Luisito cambió de ritmo. Sigue su tarea noctámbula en la terminal de ómnibus y disfruta su familia. “Tengo dos hijos, un nieto, en poco tiempo otro más, y en setiembre, el tercero. Los hijos están criados, se defienden en la vida”. Y qué más puede pedir un ser humano para sentirse feliz.