Alberto Andrés Pascual y María De la Fuente cumplieron 56 años de matrimonio. En plena senectud comparten todo, y los fines de semana salen a bailar. Hay actitud positiva y por eso la buena salud los acompaña. La historia nació en un almacén de Bellocq.
Atardecer sobre la ciudad. Contemplamos junto a María (80) y Alberto (86) el amplio y verde boulevard de la avenida José Gardes. En primer plano, el mural conmemorativo a Osmar Maderna, y al final, el sector destinado a Carlitos Gardel. Alberto, tranquilo, relajado y pensante. María, inquieta y activa, con mate en mano, no deja detalle librado al azar.
Él nació en Pehuajó, pero desde chico se fue a Bellocq donde vivió hasta los 28 años. Allí conoció a María, habitante por entonces de la colonia “Santa María”. Compartieron tiempos complicados y de los otros. El almacén está ligado a la familia Pascual desde siempre. Primero en Bellocq y después en Pehuajó, hoy a cargo de un hijo.
Los recuerdos de los años mozos proliferan. “La vida en Bellocq era muy linda, muy buena”, dice Alberto, y María, acota: “Es lindo cuando sos jovencito, porque después los hijos crecen, tienen que estudiar y se complica”. Por eso, agrega Alberto: “Cuando ellos se vinieron a Pehuajó, cerré el negocio en Bellocq y me vine para acá. Que lindos tiempos”.
“Nos conocimos en Bellocq”, dice María sonriente. “Ella vivía en el campo –sostiene Alberto- en la colonia Santa María y me compraban en el almacén”. Y así se produjo el encuentro entre la hija de un colono y el almacenero del pueblo.
“Además nos encontrábamos en los bailes de antes, che. Anduvimos cuatro años de novio y nos casamos. Nos casó el padre Keegan quien también nos bautizó. La fiesta la hicimos en Estudiantes, arriba en la calle Rivarola”, añade María entre otros recuerdos.
ALBERTO, UN GOLEADOR
Los tiempos de futbolistas representan hermosos momentos en la vida de Alberto que lució los colores de Fútbol Club Bellocq. “Jugaba mucho al fútbol. Nos llevaban en colectivo a Carlos Casares, paraba frente al almacén de mi padre (que en paz descanse). Bajaban dos o tres de la comisión de Fútbol Club Bellocq a pedirles que fuera a jugar”.
Durante la charla proliferan los recuerdos futboleros. “Hacía los goles, jugaba de 11, pegado a la línea. No sabés el miedo que me tenían. Dos me marcaban. Era burro en el colegio. Me llevaron un año al Colegio San José en Buenos Aires y no funcionó. Me volví, me gustaba jugar al fútbol y trabajar con mi padre”.
TRABAJO INTENSO Y ESFUERZOS COMPARTIDOS
Pascual totaliza 66 años de almacenero, primero con su padre y después solo. “Qué manera de trabajar. Tenía 50 colonos, todos tenían auto. Venían a jugar a las cartas al pueblo. ¡Qué época!”.
Se emociona y recuerda el amplio galpón del viejo almacén. “Era de 20 x 8 metros. Ponía un tablón largo y venían unos 30 colonos y hacían 3 o 4 corderos y 3 o 4 lechones y ahí comíamos. Parecía un hotel, cuatro piezas de 5 x 5, un hall de 8 x 6 y una cocina de 6 x 6, un galpón enorme y hasta tenía gallinero. Ahora hay un asilo para los abuelos”, señala con inocultable nostalgia.
Y María añade: “Pudimos criar los hijos, pero pasamos penurias. Al negocio lo trabajamos entre los dos. A los nueve meses llegó Alberto, el primer hijo. Allá no te ibas a comprar milanesas hechas o tallarines. Nadie hacía. Con el trabajo, juntos, criamos los hijos. Mi mamá estaba en el campo y no era como las abuelas de ahora que andan cuidando los nietos todos los días. Todo había que hacerlo solos”.
Y lo hicieron. Y están felices. “Todo era muy lindo. Nadie te robaba nada. Ahora no podes dejar nada abierto. Era otra vida, otra educación”, remarca María.
“EL BAILE NOS ENCANTA”
Otra pasión que los une. “Vamos todos los domingos, yo si hoy habría baile, ahí estoy” Me gusta de corazón”, sostiene María, y Alberto evoca: “Íbamos a Herrera Vegas, a la colonia La Piedra, a Magdala, a Ordoqui, a todos los pueblos”.
“Y ahora –remarca ella- en el sindicato municipal. Y vamos a bailar, no a planchar. A veces bailamos el primer tango, porque nadie se anima. Hace poco bailamos solos un paso doble. Ah, pero me gusta más la cumbia que el tango, es más movida. Y pensar que tengo 80 años”.
A propósito, cuando cumplió los 80, celebró con una misa. “El cura me decía sorprendido: ‘cómo se conserva, señora’. Ja,ja, tengo 80 años. Está en uno, en el espíritu”.
“Cuánto duraremos no sé. No hay quedarse”, dice María y le reprocha a Alberto “que se bajonea, no se mueve lo necesario”. Y él, responde: “Ahora en invierno no, da mucho en frío, en verano sí”.
Y nos vamos. María y Alberto quedan mateando y mirando tele. Lo expuesto deja muchos mensajes. Sintetizamos lo más jugoso de la charla. A modo de corolario, place destacar la valoración de “los tres nietos que tienen y los buenos hijos”. Andrés sigue con el almacén aunque afrontando tiempos muy diferentes. Alberto, docente retirado de reconocida trayectoria. “Un maestro muy querido”, acota su padre.
Como ellos dicen: “Ha cambiado mucho la vida”, pero la unión gestada hace 56 años sigue intacta.