Sí, patrona, le saco la grasa..!

Felix Peyre
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Matías Tettamanti, uno de los jóvenes carniceros de Pehuajó, ocupa un lugar con historia en la ciudad. Se siente identificado con el oficio y le dedica prácticamente todo el día. Valora las relaciones que se establecen con los clientes y se predispone a escuchar lo bueno y lo malo, porque muchas veces, como ocurre con otros oficios de esta índole, el carnicero se transforma en interlocutor valido de cosas, casos y hechos que nada tienen que ver con la compra o la venta.

Está instalado en una de las esquinas pehuajenses donde tradicionalmente funcionaron carnicerías. De manera muy especial, la recordada carnicería “Los Muchachos” de Pichín Yrigoyen, en Alsina y Varela. Precisamente, son muchos los clientes que rememoran aquellos tiempos y recuerdan con afecto la carnicería de los Yrigoyen.

En la actualidad, Matías Tettamanti lleva adelante -con muy buenos resultados- un emprendimiento similar. A propósito del día del carnicero (19 de octubre) compartimos un grato momento en la tradicional esquina, observando el esmerado y prolijo trabajo del joven carnicero.

Matías hace apenas 4 años que ejerce el oficio, pero evidencia un destacado dominio. “Surgió la posibilidad de poner una carnicería y me metí”, comenta, y afirma que “la tarea me gusta y la realizó todos los días con mucho entusiasmo y dedicación”.

La jornada de Matías comienza a las 6 de la mañana y con el aporte de un ayudante y los infaltables colaboradores y familiares, realiza todas las tareas de organización, preparación y expedición de los productos.

Además, elaboran todo tipo de chacinados, los cuales tienen positiva respuesta de los consumidores. Es que el apellido Tettamanti tiene mucho que ver con la elaboración de exquisitos chorizos. Matías parece que sigue por esa senda como para darle continuidad a la producción de atrayentes facturas.

Los clientes son diversos y variados, pero a medida que transcurre el tiempo hay un cupo consecuente y puntual. Se genera una relación muy interesante, como sucede con otras actividades similares de consumo familiar.

El carnicero está informado de todo lo que sucede en el barrio y al mismo tiempo comparte con sus clientes las buenas y las malas. “Algunos -dice- te cuentan cosas lindas y otros en cambio, medio como se descargan con cosas negativas, pero hay que atenderlos y bancarlos”.

Y a medida que crecen los vínculos va conociendo las apetencias de todo. Ya sabe quien pide que le saque la grasa, quien quiere chuletas finas o quien prefiere el corte ancho de un costillar, como así también los adeptos a los chorizos picantones o al corte de milanesas bien finitas.

Y así entre buenas ondas y malas ondas, entre elogios y reproches, pasan las horas dentro de la carnicería y el carnicero asimila, cada vez con mayor margen de comprensión, las sensaciones y los sentimientos de sus clientes.

Con esta simple mirada del oficio que tiene en la ciudad numerosos exponentes, a través de este integrante de las nuevas generaciones, nuestro tributo a todos los carniceros que además de poner a disposición el consumo de un componente tradicional de la canasta familiar aportan un granito de arena a las relaciones humanas.

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