Recuerdo, en mi último año del Secundario, cuando dije que había decidido seguir estudiando música, una compañera opinó: “¡Qué desperdicio de inteligencia!”.
Era curioso. Ella evidentemente no creía que hubiera ninguna relación entre música e inteligencia. “Si supiera las dificultades a las que me enfrento cada vez
que me siento al piano!!” pensé yo en ese momento, aunque preferí callarme.
Contrariamente a lo que mi compañera creía, las más recientes investigaciones están demostrando que la regular ejecución de un instrumento musical provoca cambios en la forma y potencia del cerebro, contribuyendo a aumentar las habilidades cognitivas, motoras, intra e interpersonales de una persona, tanto en niños como en adultos.
¿Por qué creen que esto sucede? Sencillo. Pensemos ante todo en el material de la música: el sonido. En tanto fenómeno natural, su uso nos remite directamente a la física, particularmente a una de sus ramas: la acústica. Cuanto más conozcamos sus leyes, mejor uso podremos hacer del sonido y sus posibilidades.
A su vez, la música, como todo arte, es un lenguaje en el que hay una producción de discurso siguiendo leyes semánticas y sintácticas, al igual de lo que sucede en un idioma. En la música hay frases, puntos, comas, metáforas....pero no hay palabras, sólo discurso articulado desde el sonido puro, en un grado de abstracción comparable al de las matemáticas más puras.
Yendo mas lejos, la ejecución de un instrumento musical involucra necesariamente a la motricidad, como sucedería con cualquier deporte. De hecho, los instrumentistas desarrollamos, además de la motricidad gruesa, una motricidad fina que en otras disciplinas no se requiere. Todo ejecutante de un instrumento musical ha debido lograr un alto grado de independencia de ambas manos y de cada dedo, a la vez que una gran relación y coordinación entre ellos, de lo contrario la ejecución de cualquier instrumento sería imposible.
Pero hay algo más, y tal vez sea lo mas importante: todas estas habilidades que nombré no constituyen en la música un fin en sí mismas, sino simplemente un medio. El desarrollo del pensamiento abstracto, de una habilidad discursiva, y de una motricidad fina están al servicio nada mas y nada menos que de las emociones. No alcanza con comprender intelectualmente una partitura, con entender las leyes lingüísticas que gobiernan el discurso ni las leyes físicas que comandan la producción del sonido, ni siquiera es suficiente mover las manos y los dedos a gran velocidad a lo largo de las teclas de un piano o las cuerdas de una guitarra.....no, nada de eso basta si no hay una movilización a nivel emocional, tanto en el músico como en el oyente.
Y he aquí la particularidad de la música: involucra al mismo tiempo y en forma unitaria las tres áreas de una persona: intelectual-emocional-física, las cuales se hallan disociadas en la cotidianidad y en la gran mayoría de las disciplinas.
Así la música queridos amigos se convierte en una de las disciplinas más completas, con mayor cantidad de aportes al desarrollo intelectual, físico y emocional de un individuo, lo cual se traduce en personas a las que les resulta fácil aprender idiomas extranjeros, o comprender disciplinas abstractas como la física o las matemáticas, con gran conexión con el propio cuerpo, capaces de interpretar sus propias emociones y las de los demás. No es difícil suponer, pues, que esto genere cambios a nivel anatómico, como los descubiertos por los estudios que nombré al comienzo.
Ariadna Cinel / Carlos Otero - Taller musical “Manos a la obra”