“NO HAY MATRERO QUE NO CAIGA
NI ARISCO QUE NO SE AMANSE,
Ansí yo, desde aquel trance
No salía de algún rincón.
Tirso como el San Ramón
Después que se pasa el trance”
Es picardía un desamparado, un gaucho, que “perdió su madre, antes de saber llorarla”, quien al contar su triste historia nos trae este refrán, como un retrato de su propia vida.
No hay matrero que no caiga: Matrero, se llamó al gaucho que siempre tenía cuentas pendientes con la autoridad, y para no caer en sus manos andaba como errante por los montes.
Los matreros de hoy, se esconden en la ciudad. Pero a la larga, “el que las hace las paga” y quien nunca creyó perder la libertad, “cai como un chorlito”.
Perder la libertad es perder lo más sagrado de uno mismo, lo más codiciado de nuestra condición humana. Quien alguna vez ha tenido que mirar el mundo detrás de las rejas, sabe que no exagero. En esa una terrible soledad, si es arisco se amansa; de lo contrario se destruye. Léase el canto XII, el hijo de Martín Fierro en la Penitenciaría, en la cual Hernández, hace un profundo análisis del infierno en que vive el ser humano despojado de la libertad.
Ni arisco que no se amanse: el arisco es terco, tozudo, impenetrable. Compartir la vida con un arisco, debe ser cosa fea. Pero el refrán tiene una sabiduría positiva porque “no hay arisco que no se amanse”. Muchas pueden ser las causas, las razones o los golpes de la vida para que un arisco entre por el camino de la verdad, y se ablande. Al potro hay que educarlo, para que se haga manso. No es cosa fácil hacer lo mismo con un ser humano que supo arisquear de chico. Pero no deja de ser una de las tareas más nobles y más dignas la de amansar un arisco.
Todos sabemos que al arisco, no le pertenece el dominio de los corazones y ni siquiera el de la inteligencia. Y hay que saber bajarse del caballo, poner los pies en la tierra, para darse cuenta que el dominio del mundo le pertenece a los mansos.
De “El refranero de Martín Fierro”, José Marcón.