Agustín Vicente, “el que gritaba y revoleaba el poncho arriba del alambrado”

Felix Peyre
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A 79 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DE CALAVERAS - Los hinchas son pieza fundamental en la vida de fútbol. Le dan color a las tribunas y despiertan el asombro y la pasión de manera contagiosa. Por el amor a su camiseta, regalan un espectáculo único. Sumándose al homenaje al hincha, Mirá te muestra la historia de un personaje del mundo del Matadero. Aquel que se subía al alambrado y revoleaba el poncho para dar aliento al equipo y enfervorizar a la hinchada.

Nació en Bellocq pero hace más de cuarenta años se radicó en Pehuajó. Antes de pisar suelo pehuajense, Agustín Vicente ya era hincha de Calaveras. Hoy tiene 79 años y desde hace diez, dejó de ir a ver a su equipo. “Si Calaveras jugaba el domingo, el viernes ya andaba loco. Entonces tuvo que dejar de ira la cancha”, comentó el fervoroso simpatizante albinegro.

La pasión por los colores comenzó a la distancia, pero cuando conoció la cancha del Cala, el fanatismo se multiplicó. “Antes de trasladarme a Pehuajó, viviendo en Bellocq, ya era hincha de Calaveras. Siempre me daba el diario una señora y veía los triunfos del Cala. Y a la distancia, siempre decía que si algún día iba a la cancha de Calaveras, iba a gritar como en mi pueblo por ellos. Sin conocer el club, ya me gustaba” relata Vicente.

Las más cuatro décadas en el distrito pehuajense inundaron de alegría los fines de semanas de Agustín. Domingo tras domingo, junto a su familia y amigos, disfrutaba de los triunfos, y por supuesto, sufría con las caídas de Calaveras.

Recorrió todas las canchas de la región y en cada rincón futbolero, encuentra una anécdota para contar. “En 1985, jugamos la final con Unión, en Curarú. El técnico era Ricardo “Bocha” Alonso y me acuerdo que salimos a la ruta y volvíamos trotando. Fue único. Cosas como esas hay miles”, dice Agustín, con una mueca de alegría y nostalgia en su rostro.

A los partidos los vivía con una adrenalina increíble. Los compromisos de su Calaveras, para él, arrancaban cuarenta y ocho horas antes.

“Si jugaba el domingo, el viernes ya andaba loco”, explica Vicente, y aclara que esa fue la razón por la que el apasionado hincha dejó de visitar las canchas donde se presentaban los del Matadero: “entonces tuvo que dejar de ira la cancha. Hace diez años que no voy. Dejé porque me hacía mal a los problemas del corazón”.

“Me quería llevar al calabozo”
Calaveras se presentaba contra San Martín. Y como en todos los partidos, Agustín seguía pegado al alambrado las acciones de su equipo. Gritando y alentando, como siempre. Pero en esa jornada, “se armó el despelote”.

“Íbamos ganando y un oficial de la policía había jugado una apuesta que me quería llevar al calabozo y yo gritaba igual como un loco. Me subía arriba del alambre y entonces vino a retarme. Ahí se armó el despelote y le dije que yo no lo molestaba a nadie. “A mi no me vas a llevar ni vos ni nadie”, le dije. Esa vez que vino, más gritaba como loco. El hablaba y yo gritaba como un loco. Como toda la hinchada me apoyaba, se quedó en el molde. Después me enteré que había sido por una apuesta”, comenta sonriente.

A pesar del encontronazo con el policía, Agustín asegura que nunca provocó a un jugador contrario. “Vos podes preguntar a cualquiera, tanto acá como en Bellocq, a ver si un día provoqué a un jugador o le dije mala palabra.

El único orgullo que tengo es que nunca me tuvieron que decir nada. Nunca tuve un problema”, afirma.

Un poncho histórico
Hinchas y no hinchas del “Cala” lo recuerdan por el famoso poncho. Todo un símbolo que contagiaba de entusiasmo y fervor. Es una reliquia, tiene más de 80 años y siempre lo acompañó en las canchas. Desde los tiempos que alentaba a Fútbol Club Bellocq. Con esa divisa y ese poncho festejó el campeonato logrado por los belloqueros en la Liga de Casares. Con ese poncho festejó varios títulos de Calaveras.

“Los pibes me seguían a mí. Uno de ellos, es el doctor Amato. Cuando entraba a la cancha, los muchachos empezaban a rodearme y gritábamos juntos”, recuerda con el poncho bordó entre sus manos.

La última vez que lo utilizó fue cuando el “Cala” salió campeón en el 2005, en cancha de Deportivo. “No fui a la cancha –relata- pero cuando me enteré, agarré el poncho y salí corriendo a la estación de trenes y desde el paso a nivel, los saludaba a los gritos”. Y Agustín se transforma, sale al patio de la casa, sube a un banco de madera y empieza revolear el poncho como en aquellas memorables tardes.

Ante la sonriente mirada de su mujer María Elena Crivelli “Chola”, quien “vivía a dos cuadras de la vieja cancha de Calaveras, y cuando se hizo de novia conmigo, se volvió hincha del Cala”, acota Agustín. Llevan 55 años de matrimonio, tienen dos hijos (Juan José y Miguel Ángel) los dos, obviamente, fanáticos de Calaveras.

Volviendo al poncho de Agustín. Ya tiene destino, había pensado en un momento en regalarlo a Calaveras, el año pasado si salía campeón, pero ahora decidió llevarlo al museo de Bellocq que se abrirá este año, cuando el pueblo cumple cien años de vida.

Allí se perpetuará el recuerdo de Agustín, de su pasión por Fútbol Club Bellocq y su mágico y contagioso amor por Calaveras. Aquel que revoleaba el poncho ya es parte de la hermosa y pasional historia del fútbol chacarero.

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