Dos mundos diferentes y sentimientos compartidos que honran a la vida y al amor

Felix Peyre
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Ella 92, él 81. Hace varios años los vemos juntos por las plazas de la ciudad, en alguna confitería del centro o en un restaurante.

Ella: Nélida Odriozola, oriunda de Mones Cazón. Él: Andrés Ramón Verti, nativo de Guanaco. Cada uno transitó por caminos muy diferentes en la vida. Dos mundos muy distintos. Ella, coqueta, elegante, detallista. Él, simple, campechano, frontal.

Hace unos se años de conocieron en una de las tantas pensiones para ancianos que hay en Pehuajó. Ambos, dicen que se “flecharon”, pero no viven juntos. Él visita a ella, comparten muchas horas, caminan por las plazas, salen a tomar y a comer juntos.
Un atardecer, en Plaza Italia, se nos ocurrió interrumpir su charla, ante la mirada de quienes caminan diariamente por ese paseo.

Queríamos conocerlos un poco más. Y sinceramente, nos embriagamos de buenas ondas. Sus impresiones, sus recuerdos, sus deseos, sus formas de ser, y esas ganas de vivir no como querrían pero si como pueden, hacen que se realimente el alma y reafirman que la felicidad radica en las cosas simples de la vida.

“Soy Nélida Odriozola, -nos dice ella- tengo 92 años y nací en Mones Cazón pero me fui muy joven a Buenos Aires porque no me gustaba la localidad. Me quedé más de 50 años y después mi hermano me hizo venir otra vez a Mones Cazón y como no me gustó, me vine a Pehuajó y estoy aquí hace como siete años”.

Y varias veces se queja porque no le gusta su pueblo natal y si bien tampoco la seduce Pehuajó (dicen que la gente es medio chusma) añora Buenos Aires, pero reconoce que a su edad es peligroso vivir sola en la gran ciudad.

“Nunca trabajé. A mí, mi familia no dejaba hacer nada. Teníamos tres sirvientas. Éramos gente de mucha guita”, recuerda pensativa.

Y enseguida, al rememorar el tiempo que pasó, afirma: “En Buenos Aires fui bailarina, pianista. Como bailarina de tango gané un concurso en una confitería de lujo del Barrio Norte. Fueron muchos los años que he bailado. He disfrutado mucho la vida. En piano me gustaba mucho la música clásica”.

Y siente una sana jactancia: “Cuando bailaba me tenían mucha envidia. Porque cuando iba al baile, las demás se quedaban planchando y era la única bailaba”.

Nélida ha disfrutado la vida. Basta citar algunos detalles que sostiene con vehemencia y los repite entremezclando nostalgia: “He tomado mucho whisky y fumaba tres atados de cigarrillos por día porque andaba con un Teniente Coronel. Él se quería casar pero no quise. Si me hubiese casado con él, tendría mucha guita”. Y enseguida añade: “pero no me casé nunca. Nunca quise casarme con nadie”.

Y nos habla de sus afectos: “De mi familia, quedó mi hermano en Mones Cazón. Ahora está enfermo. Mis otros dos hermanos fallecieron. Todos longevos, todos pasamos los noventa años. Somos de vivir mucho tiempo y bien. A mí nunca me vas a sentir decir que me duele algo o que no tengo ganas de salir”, y haciendo gala de su envidiable coquetería, aclara: “Hoy no estoy arreglada como yo quiero”.

Y la invade la nostalgia: “Extraño Buenos Aires siempre. Me gusta la capital porque hay otra gente. Allá la gente no se ocupa de los demás, acá son chusmas. Allá podés ir tranquila a cualquier lado que no te sacan el cuero” y al ponderar sus cuidados y sus encantos de mujer, exclama: “Yo era muy linda. Tenía muchos pretendientes”.

Finalmente, lo mira a su compañero y nos dice con ternura: “A Andrés lo conocí en la pensión de Rosa y enseguida me flechó. Ahora estamos siempre juntos. Todos los fines de semana, vamos juntos a la confitería: Torra o La Bruja”.


“Me llamo Andrés Ramón Verti –nos dice él- yo era de Guanaco. Trabajé en la Estancia Nueva Escocia, en la San Juan, en La Armonía. También anduve tractoreando, cosechando, sembrando por los campos. Además trabajé como alambrador mucho tiempo”.
Habla poco de su familia y muchos de sus experiencias laborales: “Siempre los patrones me decían que tenía que hacer las cosas yo para que salgan bien. Después me peleé con mi viejo y me fui”.

Andrés es de pocas palabras pero sus gestos y miradas, por momentos, son pícaras y propias de un asiduo concurrente a los bailes de nuestra zona. Pasan chicas y algunas señoras adultas y brotan de sus labios piropos con inocultable intencionalidad. Nélida se sonríe y dice “siempre hace lo mismo, pero siempre termina conmigo”.

Andrés la mira y ratifica “Nos conocimos en la pensión la Rosa” y vuelve a recordar andanzas de otros tiempos: “He andado mucho por los bailes de la zona. Antes era otra vida. La plata no tenía tanto valor como ahora. Ahora hay que cuidarse como de mearse en la cama”.

Y hablando de plata, pese a estar jubilado sigue trabajando: “Ahora barro catorce veredas. Todos los días me levanto a las seis de la mañana. Haga frío o calor, voy y las limpio”. Sus manos exhiben las secuelas de esas tareas, que le permiten al octogenario “picaflor” poder salir a comer con su elegante compañera.

Que más se puede decir. Nélida y Andrés nos regalan una linda lección de vida. Nunca es tarde para hacer realidad los sueños. Es cierto, cuando se quiere se puede. La vida es más llevadera cuando se comparte. La soledad es solo una palabra. La edad, es apenas un estado de ánimo y el amor un torrente que mueve montañas.
En definitiva, si queremos, todo el año es Navidad.

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